La composición de las diferentes rocas y suelos, es decir, la cantidad en la que se encuentran los distintos elementos radiactivos naturales (uranio-235, torio-232 y uranio-238) determina la mayor o menor propensión a la emanación de radón y, por tanto, a que dispongan altos niveles de concentración en edificaciones construidas en un determinado terreno.
Las rocas, en virtud de su contenido en minerales alcalinos y el contenido de silicatos pueden ser más o menos propensas a emanar radón y, en este sentido, se puede realizar una clasificación genérica entre dos categorías: rocas básicas, como los basaltos que presentan una composición menos proclive a contener materiales de naturaleza radiactiva, y ácidas, como son las traquitas o las fonolitas, que son más propensas a la emanación de radón.
Por otro lado, la mayor o menor porosidad del terreno facilitará en mayor o menor medida el acceso del radón a las capas superiores de la corteza terrestre y por tanto afectará también al riesgo por radón.